12 septiembre 2009

El peor momento desde Sydney 2000

La llegada de los júniores de oro a la selección supone un antes y un después en el baloncesto español. El último campeonato sin ellos (la presencia de Navarro y López fue testimonial) fueron los JJOO de 2000. A partir del Europeo de Turquía del año siguiente se fue formando un grupo de talentos llamado a protagonizar una de las trayectorias más gloriosas de nuestro deporte.

A los jugadores ya citados se unieron Gasol y Reyes, más adelante Calderón, Cabezas y Berni. Y a ellos, a esa generación, a su vez se fue añadiendo gente NBA como Garbajosa, Rudy, Sergio Rodríguez y Marc Gasol. Y a éstos últimos, hay que sumar jugadores con potencial NBA como Ricky, Claver o Fran Vázquez (aunque este último inexplicablemente apartado de la selección). En fin, una constelación de estrellas impensable de imaginar una década atrás.

Pero no se han quedado en el papel de grandes jugadores únicamente preocupados por sus contratos millonarios. Han sido desde el principio un ejemplo de compromiso con la camiseta nacional. Han basado el éxito en la unidad del grupo, en la cohesión interna, en anteponer lo colectivo a lo individual. Generosidad, sacrificio... La sociedad, más allá de las medallas que se han colgado, los ha admirado por los valores que representaban.

Y así hasta este, de momento, fatídico Eurobasket de Polonia. Todo fue un despropósito desde unas semanas antes de comenzar los JJOO de Pekín. El presidente de la FEB, el inefable José Luis Sáez, destituyó a Pepu Hernández con la excusa de que estaba negociando con un club. La solución es Aíto García Reneses que, era un secreto a voces, estaba negociando con Unicaja. Al acabar el campeonato, y confirmado el fichaje de don Alejandro por el equipo malagueño, se entiende que existe incompatibilidad entre los dos cargos. La solución es Sergio Scariolo, gran entrenador... pero con contrato, que no rescindió, con el Khimki de Rusia. Un esperpento.

Vaya por delante que el técnico italiano nos parece uno de los mejores de Europa (no necesariamente más capacitado que Pepu o Aito, eso sí). Pero se está luciendo en Polonia. Muy errático, empezó con una rotación amplia, como mandan los cánones del baloncesto moderno para así conseguir que los jugadores lleguen frescos a los encuentros decisivos. Como los primeros partidos salieron mal, renunció a su idea inicial y pasó a jugar con apenas siete hombres, esto es, pan para hoy, hambre para mañana. Se ha cargado a Víctor Claver, el único tres de calidad del baloncesto español. Y no ha sacado el rendimiento que le sacó Aíto a Ricky el año pasado.

Del juego alegre que ha caracterizado a esta selección hemos pasado a un baloncesto crispado, las rápidas transiciones han devenido ritmo cansino, los alley oops se han convertido en precipitadas pérdidas de balón, la agresiva defensa individual que permitía robar balones ahora es una cómoda autopista.

El colmo ha sido la última jugada en el partido de esta tarde contra Turquía. Con Pau, Navarro y Rudy en pista a Scariolo se le ha ocurrido la genialidad de que se la jugara Sergio Llull. Bien está que los entrenadores se salgan del guión y que adopten decisiones que sorprendan al rival. Riqueza táctica, ganar partidos desde la pizarra. Pero lo ocurrido en esa última jugada ha sido excesivo. Una falta de respeto a las jerarquías, a jugadores que lo son todo. Y luego vino la rajada en caliente del entrañable Marc Gasol. El fin de la inocencia, se ha roto la famosa unión del grupo.

Pero no todo está perdido. Si Pau da un puñetazo sobre la mesa cualquiera de las selecciones que ahora nos parecen un Everest se esconderán en el armario. Hay jugadores, incluso hay entrenador, para ganar el primer Europeo de nuestra historia. Aunque ya nada será igual. España ha perdido ese aura de invencibilidad. Si acaba ganando lo hará sin aquella prestancia, sin aquellas sensaciones tan especiales. La selección ha vuelto a la tierra.

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