El que nunca hace nada y otras milongas

Después de la victoria de España frente a Ucrania, comenté a todo el que pude (Nico, Curro, sois testigos) que a pesar del deslumbrante juego que desplegó la selección, vi una serie de detalles inquietantes (la titularidad de Senna, Luis García y Villa en lugar de Cesc, Joaquín y Reyes) de cara a nuestro futuro en el Mundial.

Pues bien, anoche frente a Túnez, Luis Aragonés se vio obligado a recurrir a cinco de mis seis propuestas (sentó a Senna, Luis García y Villa y metió a Cesc y Joaquín) para remontar el partido. Y es que España sólo será competitiva si pone a los mejores. Y Cesc es mejor que Senna (¿qué dirán hoy los que alababan el equilibrio y la lucha del brasileño?). Y la mejor delantera es la formada por Joaquín, Torres y Reyes o Villa.

Raúl, aunque metió un gol, no está para jugar en este equipo de jóvenes talentos, es un lastre. Nunca he sido de la liga antiraulista, es más, hace décadas llegué a admirar la simplicidad y la eficacia de su juego, pero en estos momentos considero que es un problema para el equipo. Jamás tuvo velocidad, ni desborde, ni un gran disparo, ni fue Laudrup dando asistencias. Pero enmascaraba sus limitaciones gracias a su gran conocimiento del fútbol. Ahora ya ni eso, al lado de sus compañeros se le ve viejo, acabado. No es nadie en el fútbol español. Y encima genera mal ambiente por su actitud en los entrenamientos o por la manera desafiante de celebrar su gol. Me entró la risa cuando escuché que tras el partido Raúl tuvo la osadía de reivindicarse. ¿Qué ha hecho Raúl con España para que se merezca más respeto que los demás? ¿Acaso en todos estos años que lleva vistiendo la roja ha sacado a España de la mediocridad?

En definitiva, ayer comprobamos que Luis debe apostar por los extremos para que los fabulosos centrocampistas españoles puedan explotar mejor sus características y reducir el papel de Raúl en este equipo, porque si lo coloca en una banda aporta menos que Reyes y si lo pone en el vértice del rombo no resiste la comparación con Iniesta. Este último razonamiento también vale para el caso de Luis García, típico ejemplo de jugador confuso e intrascendente.