20 enero 2008

La Guerra Fría en un tablero ajedrezado

El jueves por la tarde, la radio pública islandesa anunció la muerte de Bobby Fischer, el Mozart de las fichas, el genio con un coeficiente intelectual superior al de Einstein, el mejor ajedrecista de todos los tiempos. Su paranoia le dio jaque mate.

Fischer murió en Reikiavic, la misma ciudad en la que en 1972 derrotó a Boris Spassky en la considerada partida del siglo, la que le convirtió en el héroe de Occidente, en el rey del mundo.

La Guerra Fría se jugaba en todos los ámbitos. El totalitarismo soviético, el imperio criminal, presumía de su método, que al igual que el socialismo, era científico, infalible. La URSS era una máquina de fabricar campeones del mundo. Producción mecánica en serie. Hasta que llegó Bobby Fischer. El hombre. Un chico de Chicago, individualista, excéntrico, caótico, desordenado y genial. Y ganó.

Luego vendría su pesadilla. La paranoia, el antisemitismo, la justificación del 11-S, el arresto en Japón. Pero lo fundamental ya estaba hecho. La demostración de que una persona, por encima de determinismos, de leyes de la naturaleza, puede cambiar el curso de la historia. En fin, la libertad.

1 Comments:

At 13:04, Anonymous Anónimo said...

Ayer nos dejó el que quizás puede ser llamado maestro de maestros, con el permiso del gran "Triple A".

Allá donde termina la lógica racional y empieza la genialidad más creativa estaba el bueno de Bobby, riéndose del azár y de la vulgar mente humana.

El único capaz de empezar descubriendo el peón de dama o rey y acabar ganando la partida barriendo al adversario.

El único también, capaz de ganar varias partidas desde el escondrijo brutalmente oscurecido pr la paranoia de su mente,a grandes maestros del ajedrez por internet en su "obligado retiro nórdico" gracias a una patria que primero lo adoró para luego expulsarlo con tanta indiferencia y odio.(gran país de tolerancia).

Se ha ido la última prueba, de que el hombre efectivamente, es superior a cualquier máquina.

Todavía no somos capaces de valorar el tiempo que tardará en surgir otra figura tan siquiera semejante al gran Fischer,que sea capaz de sacar de la mediocridad a una disciplina matemática tan denostada por fraudes y tongos últimamente, que nos ha minado la ilusión.

 

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