01 junio 2008

La vida en rosa de Alberto Contador

Ganar el Giro no es gran cosa. Todos los años un ciclista lo gana. Pero si uno no es italiano ya tiene más mérito. En los últimos once años se habían impuesto únicamente corredores transalpinos. Y si a eso le añadimos que nuestro protagonista estaba, diez días antes de que comenzara la carrera, en la playa de vacaciones con su novia, es que estamos ante un súperclase, ante un ciclista, proeza tras proeza, que raya con lo milagroso.

Esta tarde Alberto Contador cruzaba la línea de meta, brazos en alto, golpes al corazón, disparos de rabia al aire, después de un cómodo paseo por las calles de Milán en la contrarreloj final del Giro de Italia. Atrás quedaron los Dolomitas, paciencia en Alpe di Pampeago, la terrible Marmolada y el espectáculo, ciclismo de otra época, en la cronoescalada de Plan de Corones; los Alpes, susto en el descenso del Vivione y en la subida a Monte Pora y tranquilidad en el etappone del Gavia y el Mortirolo; y el ruido de los italianos, el tremendismo de la Cobra Riccó, el increíble Sella y el campeón derrocado Di Luca.

Atrás quedó también el llanto, la incomprensión, la injusticia por haber sido excluido su equipo, el Astana 3.0, del Tour de Francia. Un Contador a medio gas, a un 80% de su mejor forma, dominó de cabo a rabo la ronda italiana. Sin grandes exhibiciones, sin ganar una etapa, sin dar una pedalada de más, pero con suficiencia, control absoluto de la situación, a lo Induráin, golpes en las cronos y conservador en la montaña.

Contador, 25 años, un Tour y un Giro, sin rival entre los escaladores, a la altura de los mejores especialistas en las contrarrelojes, cabeza privilegiada, ambicioso, abanderado del nuevo ciclismo. El corredor sin límites.

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