Sonó el timbre, se acabó el recreo

Decía Valdano que el único reloj que da la hora justa es el de Zidane. Pero a ese reloj le ha llegado su hora, se parará el martes para siempre. Un magnífico reloj.

Hay varios Zidanes. El de la Juve, que no dejó grandes recuerdos, el del mundial de Francia, que maravilló a Guardiola y el del Madrid. Seguramente sea verdad que Zidane nació para vestir la camiseta blanca. Se produjo su fichaje en los tiempos en los que el Madrid no tenía rival, cuando se decía que ir a Chamartín era como presenciar una ópera, primero se escuchaba a Plácido Domingo, luego se contemplaba la elegancia del cisne francés.

Pero esperábamos otro Zidane. No cabe duda de que en estas cinco temporadas (una Liga, una Copa de Europa) ha protagonizado grandes momentos (el gol de Hampden Park, que a pesar de que FJL lo diga, no es el campo del Celtic) pero durante todo este tiempo no se puede decir que Zidane haya marcado el juego del Madrid, el Madrid no ha sido el Madrid de Zidane. Al jugador universal que me impactó como pocos lo han hecho, el que sabía cuando había que tenerla y cuando soltarla, cuando jugar en corto y cuando en largo, cuando tocar hacia los laterales y cuando profundizar, apenas lo hemos visto. A cambio, eso sí, nos ha dejado un repertorio, como si de un Rivaldo se tratara, de ruletas, taconazos, bicicletas, remates imposibles...

Es difícil colocar a Zidane a la altura de Platini, mucho menos a la de Di Stéfano, Pelé, Cruyff y Maradona, pero en cualquier caso, se retira un grande. Se retira Zinedine Zidane, nuestro Zizou.