25 septiembre 2006

54x12

Último kilómetro de un decepcionante Mundial de Salzburgo. Un grupo de más de cuarenta corredores se va a disputar las medallas. Todos piensan en Boonen o en McEwen, sprinters que han conseguido pasar el suave repecho final sin problemas. No hay nada que hacer. Pero de repente, Samuel Sánchez reinventa el ciclismo. A falta de setecientos metros rompe el grupo al trazar dos curvas magistralmente. A su rueda Valverde, Bettini y Zabel. Se nos acelera el corazón, así se las ponían a Fernando VII, ante un escenario tan propicio. Pero, oh, sorpresa. Valverde, el Bala, El Imbatido, es adelantado por Zabel y Bettini. Y no reacciona. Va clavado, romo. ¿Qué le pasa? ¿Cómo es posible que el murciano, al que le resulta más fácil ganar que perder, falle en esa situación tan favorable para él? ¿Acaso la preparación que ha realizado para mejorar en la montaña y en las contrarrelojes ha acabado con su magia en los instantes finales de las carreras, allí donde se distingue a los grandes ciclistas de los genios?

Qué decepción. Ni siquiera nos consuela el hecho de que no ha sido un cualquiera el que le ha arrebatado la gloria. A Bettini, palmarés asombroso repleto de monumentos, Lieja, San Remo, Lombardía... incluso fue medalla de oro en los JJOO de Atenas, sólo le faltaba un Mundial. Se lo merecía.

Unas horas después de la carrera encontramos una tranquilizadora explicación a semejante fiasco. Dice Samuel Sánchez que le recomendó a Valverde utilizar un desarrollo de 54x12 en el sprint en lugar del 54x11 que llevaba porque los últimos metros picaban para arriba y no convenía ir atrancado. Pero Valverde, cabezota, no le hizo caso. Y no pudo mover esa multiplicación tan excesiva para unas piernas que se habían chupado 260 kilómetros. Curioso destino el de Valverde. Perdió la Vuelta porque en el descenso de Monachil iba con menos desarrollo que Vinokourov. Y perdió el Mundial porque en la recta final iba con más desarrollo que Bettini. En fin...

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