La brazada perfecta
Ian Thorpe, el mesías del país de las piscinas, el astro que nació hace 24 años en Malperra, un barrio de Sydney, El Torpedo de bañador integral de color negro, el hombre pez de los 13 récords mundiales, comunicó ayer en una rueda de prensa su retirada definitiva de la natación.
El sublime nadador australiano, ganador de cinco medallas de oro en los JJOO, tres de plata y una de bronce, protagonista de algunos de los momentos más memorables de la historia de la natación, el último relevo del 4x100 en Sydney 2000 que acabó con le hegemonía estadounidense en esa prueba, la victoria en la carrera del siglo, el 200 metros libres de Atenas 2004, en la que derrotó a Phelps y a Van de Hoogenband, el dominio que ejerció en el 400 y 800 metros libres desde que era un adolescente con marcas adelantadas a su época, ha dicho que no es capaz de resistir la disciplina férrea que requiere un deporte tan exigente. Tiene otras inquietudes. Eso que gana él. Eso que pierde el resto del mundo. Y es que a muchos no nos gustaba la natación, nos gustaba Ian Thorpe.
Ha habido, Mark Spitz, y habrá, Michael Phelps, nadadores más completos y con más medallas. Pero nadie se acerca a la clase, a la elegancia y a la naturalidad de Ian Thorpe. Emocionaba su manera de nadar, la gracia de su cadenciosa brazada. Todo en él era armonía. Sus 195 centímetros y 100 kilos se deslizaban por el agua con la sutileza de un delfín y la potencia de un tiburón. Sus descomunales pies, turbinas de una talla 54, extraordinariamente flexibles, era capaz de tocar el tobillo con los dedos, generaban turbulencias al batir el agua, hasta el punto de que nadie quería competir en una calle contigua a la suya. Se trataba de un elegido.
Pero en los JJOO de Atenas se vislumbraba que su carrera no sería muy larga. Ya no ganaba con la facilidad de sus inicios, era un campeón fatigado sostenido únicamente por su excepcional talento.
Ahora el genio da paso a la leyenda...
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