El Apocalipsis en menos de 72 horas

Los historiadores del arte dicen que el esplendor es efímero, que la perfección, una vez alcanzada, pronto deviene en crisis, que la belleza, el equilibrio, la armonía, no son sino el preludio de la afectación, del remedo, del amaneramiento, de la fatiga, que a un estilo, por mucha brillantez que haya alcanzado, siempre le sucede otro que consigue que el anterior nos parezca anticuado.

No sabemos si la propuesta del Barcelona ha caducado, si su estilo es inservible, si sus pequeños centrocampistas creativos han sucumbido definitivamente ante el ruido de los musculosos, si la posesión del balón es un concepto periclitado. O tal vez todo sea un accidente fruto de la soberbia, de la galbana, de la indisciplina de unos y de la falta de autoridad de otros, de la mala planificación... El tiempo lo dirá. En cualquier caso, el Barcelona, el sedicente faro del fútbol mundial, el equipo que iba a ganar siete títulos, firmó, en menos de 72 horas, dos actuaciones que ya forman parte del museo de los horrores culé: la humillación en Getafe y la impotencia ante el Betis, tirar a la basura la Copa y la Liga.

Y a todo esto el Madrid agranda su leyenda, cimentada en el convencimiento de que no hay nada inalcanzable por muy desproporcionado que parezca el reto y alimentada por el omnipresente espíritu de Camacho, Santillana y Juanito. El héroe que nunca se rinde. En febrero del pasado año, la víspera del intento de remontada en Copa ante el Zaragoza, García Ferreras, dircom del Madrid por entonces (y gran manipulador, dicho sea de paso) dijo que el Madrid es grande porque consigue lo posible y legendario porque consigue lo imposible.

Pero el Zaragoza eliminó al Madrid...