11 junio 2007

El tirano de Manacor

Tal vez Nadal se preguntaba mientras alzaba su tercera Copa de los Mosqueteros por qué tanto desafecto, qué he hecho yo para merecer este trato del público, por qué no me quieren, por qué aplauden mis fallos y celebran alborozados los puntos de mis rivales, de qué se me acusa, a mí, que lo doy todo en la pista, que trabajo cada punto con método, por qué no les gusta mi plan elaborado de liftar bolas y ajustar la derecha, acaso es más bonito liarse a pegar palos sin sentido, jugársela a todo o nada. Tal vez el respetable piense que este chico dominará sin oposición Roland Garros durante la próxima década, que el torneo perderá emoción ante su insultante superioridad en la tierra batida, que sería bueno acabar con un dominio tan despótico.

La historia no por repetida resulta menos vibrante. Nadal ante Federer, el mejor tenista de siempre, tira de repertorio. Primero su drive cruzado castiga el revés del suizo. Conforme avanza el partido y Federer se adapta al top spin de Nadal éste suelta su brazo sobre la derecha de su oponente, que fatigado va cediendo una bola tras otra. Si en el camino se tuerce el plan, como ocurrió en el primer set, Nadal acude a la fuerza mental y le hace desperdiciar a Federer los diez puntos de break de los que dispuso. "Sabes que en circunstancias normales no me puedes ganar en tierra batida y menos en el Bosque de Bolonia, mi segunda casa", le susurra. Y Federer, cariacontecido, asume el statu quo de la arcilla. Y sin apenas resistencia, pide árnica a Nadal. Me rindo, dice, ya no puedo más, siempre se repite la misma historia...

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