09 octubre 2007

La mayor estafa del siglo XX

Hoy hace 40 años que murió Ernesto Guevara de la Serna, el Che. Fue capturado y ejecutado por el ejército boliviano, con el beneplácito de la CIA, cuando intentaba exportar su criminal revolución comunista.

A pesar de que el Che debe ser colocado junto a lo peor de lo peor del siglo XX, en el mismo siniestro cajón que Lenin, Hitler, Stalin y tantos otros enemigos de la libertad, muchísima gente, tal vez millones de personas, han idolatrado su figura hasta convertirlo en un mito. Las camisetas con su efigie son una muestra de ello. Su nombre se invoca como adalid de la justicia, el personaje es admirado por su defensa de los desfavorecidos, es un paradigma de la lucha contra la opresión... Cualquier descerebrado que se precie, desde deportistas como Cicinho, Henry, Jorge Lorenzo a actores como Benicio del Toro o cualquier titiritero, desde analfabetos de la ESO a nostálgicos del gulag, considera al sicario argentino un referente moral.

Pero hay que decir que la única aportación a la humanidad del Che, ídolo de terroristas y modelo para criminales, fue el asesinato. La primera vez que pisó La Habana se dedicó a disparar a diestro y siniestro, sobre todo a diestro. Según sus palabras el odio fue el motor de su vida: "El odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar". Un chequista es estado puro, un promotor del gulag, siempre un servidor del totalitarismo, ora soviético ora maoista.

Por supuesto no sólo mató (mucho). También arruinó a los cubanos. Los empobreció hasta límites insospechados. Antes de la revolución que él impulsó Cuba era uno de los países más prósperos de América. Tras años de comunismo únicamente Haití tiene una renta per cápita inferior en todo el continente.

Ernesto Guevara, el Che, Stalin II, el héroe de La Cabaña, el aplicador del terror masivo, el matarife sanguinario, el pacifista reverenciado, apuntó: "Hay que llevar la guerra hasta donde el enemigo la lleve: a su casa, a sus lugares de diversión; hacerla total. Hay que impedirles tener un minuto de tranquilidad, un minuto de sosiego fuera de sus cuarteles, y aún dentro de los mismos: atacarlo dondequiera que se encuentre".

Sin duda, la mayor estafa del siglo XX.

2 Comments:

At 18:31, Anonymous Anónimo said...

El Che: un mito contra una biografía.

40 años de la creación de un icono a partir de un asesino.

Sólo la carencia total de rigor histórico puede permitir que alguien lo siga proponiendo como modelo de juventud.

En cualquiera de sus biografías se refleja una personalidad dominada por un odio patológico hacia sus adversarios; fue una persona que no dudó en ordenar asesinatos en masa como los fusilamientos de La Cabaña.

 
At 18:35, Anonymous Anónimo said...

Cuarenta años después de su muerte, la figura de Ernesto Guevara, el Che, continúa despertando fervientes adhesiones en la izquierda de todo el mundo. El inconsciente mitómano funciona todavía en ella y tiene numerosos adeptos entre los herederos de la utopía. Lo que sorprende del fenómeno no es que el Che sea homenajeado en las explanadas que llena por la fuerza la dictadura cubana, sino que tenga su tirón en las redacciones de algunos medios de comunicación e, incluso, en las sedes de los partidos y entre la militancia de la izquierda democrática europea. Por lo visto, poco importa que haya caído el Muro de Berlín y que el balance dejado tras de sí por la utopía revolucionaria por la que luchó el Che se descubriese como una pesadilla totalitaria. Su imagen sigue sobrevolando ese balance. Incluso ha sobrevivido a las víctimas a las que condenó su trabajo al servicio del comunismo. Ernesto Guevara fue -y sigue siendo- el rostro seductor de la tiranía. Se ensalza hasta el hartazgo el desembarco que protagonizó con Castro en el famoso Granma, su lucha en las montañas de Sierra Maestra, la entrada triunfal en La Habana y, sobre todo, que abandonara las moquetas ministeriales del Gobierno castrista para hacer la revolución en el Congo y Bolivia. Es más, sus seguidores han conseguido hacer de él la quintaesencia del guerrillero indomable que trató de vivir peligrosamente sus ideales hasta el final.

Poco importa que al poner en valor estos datos biográficos se olviden otros. Por ejemplo, que utilizara el odio justificado que sentían los cubanos hacia una dictadura corrupta para traicionar sus esperanzas democráticas y edificar con sus propias manos una tiranía que pronto hizo olvidar las injusticias que padecían con Batista. Por otro lado, hay que recordar también el daño generacional que causó a la causa de la libertad y la democracia en toda Iberoamérica, ya que forjó un icono de masas que atrajo a muchos jóvenes idealistas al redil de la violencia totalitaria. De hecho, nadie puede negar la gran habilidad mediática con la que tejió un mito biográfico que alineó bajo la forma de un relato romántico la aventura y la revolución, hasta el punto de que ha hecho olvidar, cuarenta años después de su muerte, la tiranía a la que sirvió su gesta justiciera. Producto típico de las elites iberoamericanas y de su complejo sentido de culpabilidad hacia la estructura de injusticia que contribuyeron a perpetuar con su histórica pasividad, sería bueno que los años transcurridos pusieran en sus justos términos su figura. De ahí que resulte inquietante que, cuando se cumple el aniversario de su muerte en las selvas bolivianas, siga valorándose que, llevado por la violencia totalitaria, se expusiera a las balas de sus verdugos, mientras se olvida que las suyas querían hacer lo mismo con el fin de instaurar la utopía marxista en toda Iberoamérica.

Editorial ABC 9-X-07

 

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