¡Dales caña, Alejandro!
Ya se sabe que en el ciclismo uno es culpable hasta que no demuestre lo contrario. Y en muchas ocasiones ni siquiera es suficiente probar la inocencia.
Alejandro Valverde ha sido víctima de este sistema perverso en el que rige la presunción de culpabilidad. Hace unas semanas la UCI le prohibió disputar el Mundial que se disputará el domingo en Stuttgart por su posible vinculación con la Operación Puerto. A pesar de que el juez que instruyó el caso, la guardia civil y la federación española consideraron que Valverde nada tenía que ver con esa trama de dopaje.
El asunto llegó al Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS), que dio la razón a Valverde. El murciano podrá correr el Mundial y formará junto a Samuel Sánchez (el hombre que reinventó el ciclismo en la prueba del pasado año: rompió la carrera en la última curva, y que viene de ganar tres etapas en la Vuelta) y el tricampeón mundial Óscar Freire, que también acaba de ganar tres etapas en la ronda española y que aspira a convertirse en el primer ciclista que se cuelga cuatro Mundiales en ruta, un dream team.
Valverde y Freire se enfrentarán a italianos (Bettini, Ballan, Pozzato, Cunego, Di Luca, Rebellin), a alemanes (Schumacher, Wegmann, Zabel), al tremendo suizo Cancellara... y a algo más. A esa casta de científicos y de burócratas que han encontrado en la lucha contra el dopaje una forma de hacer negocio. A esa caza de brujas auspiciada por la UCI que está destruyendo el ciclismo (la última fechoría: vetar la presencia de Eddy Merckx en Stuttgart porque en 1969 se vio involucrado en un caso de dopaje). A esa paranoia, ese derrumbe de todo viso de legalidad, que se resume en las palabras que Mario Zorzoli, uno de los científicos de la UCI que dirige la lucha antidopaje, les soltó a los corredores al principio de temporada: "Por el mero hecho de ser ciclistas todos sois automáticamente sospechosos de dopaje".
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