El hombre que veía prevaricar

Garzón, el juez que veía amanecer mientras se quitaba los calcetines sentado en la cama tras una dura jornada, es desde el viernes el hombre que veía prevaricar.

Prevaricar es un delito que consiste en dictar una resolución injusta a sabiendas. Es lo que ha hecho Garzón al imputar un delito de falsificación a los tres peritos que denunciaron que su superior manipuló el informe que elaboraron en el que se relacionaba a ETA con el 11-M. Los falsificados son, según Garzón, ¡falsificadores! En lugar de empurar a la persona denunciada por manipular un informe pericial, imputa a quienes le denunciaron.

La prevaricación de Garzón es doble. Por un lado, él y la Audiencia Nacional carecen de competencia para instruir delitos de falsedad documental. Por otro, ve indicios de delito en esos tres peritos por un comportamiento que no es delictivo ni por asomo: firmar un informe que había sido redactado y registrado meses atrás. Los tres peritos se limitaron a eso, a imprimir y a firmar, sin llevar a cabo ningún tipo de alteración, en julio de 2006 un informe que habían elaborado y también firmado en marzo de 2005.

La situación es preocupante. La maniobra de Garzón es tan burda, tan grosera, que nos tememos que se sabe impune. Nadie que no se viera fuertemente respaldado se atrevería a cometer un atropello a la legalidad de tal magnitud. ¿Qué supone esto? Pues que, como diría un periodista deportivo, han puesto toda la carne en el asador. Hasta hace poco respondían con silencio a todos los escándalos que iban apareciendo sobre el 11-M. Ahora, sin ningún rubor, machacan a quien se salga de la versión oficial. Se trata de amedrentar, de realizar escarmientos públicos, como en Cuba, para que nadie se atreva a moverse del guión que escribe Polanco.

Nos esperan tiempos difíciles.