Totalitarismo y autoritarismo

Algunas de las personas que participan en el blog, ayunas de conocimiento histórico y político, confunden y equiparan el comunismo con los regímenes de Franco o Pinochet.

Dentro de los regímenes no democráticos tenemos que distinguir entre el totalitarismo y el autoritarismo.

El totalitarismo pretende transformar la naturaleza humana para crear un hombre nuevo. Para lograrlo utliza todos los medios de coerción política y económica que permite la dictadura. El único instrumento para alcanzar el objetivo es el Partido, formado por una minoría animada por una conciencia superior a la de las masas. La esencia del totalitarismo es el terror. Instaura un sistema de campos de concentración cuya misión es reorganizar a la sociedad hasta que surja el hombre nuevo. Mutatis mutandis, son totalitarios los regímenes socialistas, nacionalsocialistas, nacionalistas, fascistas e islámicos.

El autoritarismo busca controlar a la población. Los regímenes autoritarios en ocasiones surgen como reacción a un peligro totalitario. Fue lo que ocurrió en España en 1936 ante el gobierno del Frente Popular (manejado por Stalin) o en Chile en 1973 ante el gobierno de Salvador Allende, que pretendía instaurar una Cuba castrista en los Andes. Por su propia naturaleza, los regímenes autoritarios se pueden transformar en democráticos. El franquismo (y el régimen de Pinochet), a pesar de su inicial retórica fascista, es un claro ejemplo de régimen autoritario de base militar, una simple dictadura conservadora.

Como muestra de la diferencia entre el totalitarismo y el autoritarismo, un botón: Alexsandr Soljenitsin, el autor de Archipiélago Gulag, probablemente la novela más importante del siglo XX, dijo cuando visitó España en marzo de 1976:

“Sus progresistas llaman dictadura al régimen vigente en España. Hace diez días que yo viajo por España y me he quedado asombrado. ¿Saben ustedes lo que es una dictadura? He aquí algunos ejemplos de lo que he visto. Los españoles son absolutamente libres de residir en cualquier parte y de trasladarse a cualquier parte de España. Nosotros, los soviéticos, no podemos hacerlo. Estamos amarrados a nuestro lugar de residencia por la propiska (registro policial). Las autoridades deciden si tengo derecho a marcharme de tal o cual población. También he podido comprobar que los españoles pueden salir libremente de su país para ir al extranjero. En nuestro país estamos como encarcelados.

“Paseando por Madrid y otras ciudades, he podido ver que se venden en los kioscos los principales periódicos extranjeros. ¡Me pareció increíble! Si en la Unión Soviética se vendiesen libremente periódicos extranjeros, se verían inmediatamente decenas y decenas de manos tendidas y luchando por procurárselos. También he observado que en España uno puede utilizar libremente las máquinas fotocopiadoras. Cualquier individuo puede hacer fotocopiar cualquier documento, depositando cinco pesetas por copia en el aparato. Ningún ciudadano de la Unión Soviética podría hacer una cosa así. Cualquiera que emplee máquinas fotocopiadoras, salvo por necesidades de servicio y por orden superior, es acusado de actividades contrarrevolucionarias.

“En su país –dentro de ciertos límites, es cierto– se toleran las huelgas. En el nuestro, y en los sesenta años de existencia del socialismo, jamás se autorizó una sola huelga. Los que participaron en los movimientos huelguísticos de los primeros años de poder soviético fueron acribillados por ráfagas de ametralladoras, pese a que sólo reclamaban mejores condiciones de trabajo. Si nosotros gozásemos de la libertad de que ustedes disfrutan aquí, nos quedaríamos boquiabiertos. Hace poco han tenido ustedes una amnistía. La califican de “limitada”. Se ha rebajado la mitad de la pena a los combatientes políticos que habían luchado con armas en la mano (alude a los terroristas). ¡Ojalá a nosotros nos hubiesen concedido, una sola vez en veinte años, una amnistía limitada como la suya! Entramos en la cárcel para morir en ella. Muy pocos hemos salido de ella para contarlo”.