08 julio 2007

Las tardes de julio, tal vez el Tour...

Aparece el Tour, el acontecimiento deportivo más seguido tras los Juegos Olímpicos y el Mundial de fútbol, envuelto en el descrédito. Desde 1996 sobre los ganadores, Rijs, Ullrich, Pantani, Armstrong y Landis, de una manera u otra, cae la sombra del dopaje. En esta farsa, no se sabe quien es peor, la policía (la UCI y la dirección del Tour) o los ladrones (los corredores). Los métodos de lucha contra el dopaje de unos no se justifican por muchas trampas que hagan los otros.

Pero olvidemos todo, pongamos la mano en el fuego (aun a riesgo de entrar en la unidad de grandes quemados) por los ciclistas, que dopados o no son los que escriben la leyenda. Al fin y al cabo, ¿qué más da que Rijs fuera hasta arriba en Hautacam o Pantani en el Galibier o Landis en el Joux Plane, si ningún rival denunció el engaño, la mentira, si se ha establecido una ley del silencio? No hay motivos para pensar que unos tiran de EPO, de sangre enriquecida o de la última novedad farmacológica y otros únicamente de espaguetis.

Pero creamos en el ciclismo, seamos conscientes de que la raya que separa al inocente del culpable es muy fina, de que no hay triunfadores sucios del todo ni perdedores inmaculados.

Pero ilusionémonos con Valverde, que llega fino, fino a su gran reválida, que no debe ser llegar a París, nunca lo ha conseguido, sino llegar de amarillo. Con Alberto Contador, el Perico Delgado del siglo XXI, escalador pata negra, que a lomos de su Trek Madone, la bicicleta heptacampeona, maravillará en los Alpes y en los Pirineos. Con la épica, con la literatura, con los mitos que rodean a esta carrera, siempre apasionante.

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