Rajoy

Aquí a Rajoy le hemos dado hasta en carné de identidad. Y con razón. Por no haber fumigado el departamento de Génova, 13 donde los sorayos pululan, por permitir que Gallardón siga en el PP, por su infame política de entreguismo a los nacionalistas en Galicia, Baleares, Canarias y especialmente en Cataluña, donde la actuación de Piqué no puede ser más abyecta, por no denunciar todos los días que en Cataluña no se puede escolarizar a ningún niño en español, por el Estatuto de Andalucía, por su impropia actuación en Tengo una pregunta para usted, por mirar a otro lado en todo lo relacionado con el 11-M...

Pero es justo reconocer que en las Cortes estamos ante el mejor parlamentario de la democracia, ante un Demóstenes a la española, ante don Mariano. Los discursos de Rajoy en el Congreso son una mezcla de patriotismo, elocuencia y brillantez difícilmente superable. El fondo, contundente, es tan admirable como la forma, elegante. Utiliza las metáforas más adecuadas y el sarcasmo más pertinente. Tras escuchar o leer a Rajoy uno no puede evitar que durante un tiempo le venga constantemente a la cabeza el eco de sus palabras.

Dice Juan Carlos Girauta que un debate entre Rajoy y ZP es lo más parecido que hay a una discusión entre Churchill y Mr. Bean.

Y es que la verborrea del presidente del gobierno es tan pesada, el contenido de su argumentario tan zarrapastroso, su tono tan insoportable y las bobadas que dice son tan solemnes que el contraste con el líder de la oposición es sangrante, produce rubor sólo recordarlo.

La diferencia entre uno y otro es abismal, en lo ético y en lo estético, por eso Rajoy únicamente rezuma desprecio hacia ZP. No merece más.