Necesidad de creer
Al terminar la etapa reina de los Alpes, el aficionado no puede evitar volver a creer, soñar, pensar sin descanso en lo que ha visto, ilusionarse como el enamorado absorbido por el encanto de la chica que le gusta, no tiene más remedio que poner la mano en el fuego, olvidar el pasado, abrazar el nuevo ciclismo, escarbar en el alma de los corredores.
Alejandro Valverde ataca, una, dos, tres veces en el Galibier, rompe la carrera. ¿Quién dijo conservadurismo? Olvidar el pasado. Las acusaciones de dopaje durante estos meses, Val(Piti), los problemas en la alta montaña desde que ganara hace dos años en Courchevel a Armstrong. Rebelarse contra la lógica, contra los manuales de ciclismo que dicen que hay que ser Merckx para triunfar en primavera (clásicas), verano (Tour) y otoño (Mundial), contra sus limitaciones, no es escalador ni contrarrelojista, que en teoría le deberían imposibilitar pelear por una gran vuelta. Imponer, por encima de todo eso, su clase, su calidad, su talento.
Alberto Contador, hachazo escalofriante, sin miedo. La piel de gallina como en los tiempos de Perico. Olvidar el pasado, el cavernoma, sus escarceos con la muerte, la cicatriz que le rodea la cabeza, su falsa implicación en la Operación Puerto. Ataque incontenible de escalador puro, en la estela de Charly Gaul, de Bahamontes, de Pantani. Candidatura para ganar el Tour. Contador es bueno, muy bueno.
El Tour. Espectáculo incomparable. Abierto como pocas veces, con el pollo Rasmussen de amarillo, difícil de soltar en la montaña pero lamentable contra el crono, con Kloeden, la principal amenaza, muy superior a todos en las contrarrelojes, con los chuparruedas de siempre, Evans, Lepheimer, Moreau, Sastre, con Vinokourov herido pero no muerto.
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