Gallardón medieval
Decía el otro día Luis Herrero que en agosto, si tiras una piedra a un charco, se origina un tsunami. Y es que en este verano sin sol (será el calentamiento) la actualidad se reduce a terremotos, huracanes, accidentes de tráfico, asesinatos, secuestros, crisis de hipotecas subprime o hipotecas basura, retrasos en los trenes de Barcelona, caos en el aeropuerto de Barcelona, atascos en las carreteras de Barcelona...
Dentro de este páramo político destaca el enésimo órdago que Gallardón ha lanzado al PP, su supuesto partido. El alcalde ha vuelto a ofrecerse a ir en la lista al Congreso para las próximas elecciones generales, a pesar de que se había comprometido ante Rajoy a guardar silencio en ese asunto. Esta vez el argumento es de lo más peregrino, que Madrid tenga voz propia en la Cámara Baja.
Por más que le pese a Gallardón esto no es la Edad Media, los parlamentarios en las democracias no representan a las ciudades sino al conjunto de los ciudadanos. Los parlamentarios son depositarios de la soberanía nacional, no de la municipal. Los intereses de Madrid los debería defender en la misma medida un diputado elegido por la circunscripción de Gerona, que uno por la de La Coruña o que otro por la de Madrid. ¿Sabrá Gallardón qué supusieron las Cortes de Cádiz?
Pero es igual, ahora la excusa es la voz propia, como antes lo fue ayudar a Rajoy a ganar las elecciones y mañana será colaborar con la candidatura olímpica desde la Carrera de San Jerónimo. Todo mentira. Lo único que le mueve a Gallardón es la traición, la deslealtad, la ambición incontrolada, colocarse en primera línea ante una posible derrota de Rajoy para así poder presentarse, ya desde el Congreso, como solución moderada y centrista al frente del PP, lo que supondría el derrumbe de la última institución, el último valladar garante de las libertades, que mal que bien todavía sigue en pie en estos tiempos de cambio de régimen: la Oposición.
Qué aburrimiento, que tío tan cansino, qué poco talento. Gallardón recuerda al clásico metepatas, siempre inoportuno y previsible, al que nadie le ríe las gracias (el ABCD Gallardón no es nadie). De la manera en que el ausente Rajoy gestione este órdago dependerá el futuro del PP y seguramente el de España. No hay democracia sin Oposición.
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