31 agosto 2007

... y una homilía de Pedro Jota

Un Pedro Jota absolutamente desatado (la pasada semana El Mundo le dedicó seis portadas a Gallardón) escribió en su homilía dominical los mejores párrafos que se le recuerdan:

«Déjalo que suba, déjalo que suba... Cuanto más alto llega el mono, más se le ve el culo», solía decir Aznar cada vez que el entonces presidente de la Comunidad de Madrid se desmarcaba de los criterios del partido para ejercer de verso suelto en pos de su interés personal y su propia gloria. Todo esto viene de tan lejos que, como dice Esperanza Aguirre, acostumbrada ya a las piruetas veraniegas de su querido enemigo, «no puede sorprender a nadie». Gallardón ha ido dejando todo tipo de pistas de que su única frontera es el cielo.

Él es el centrista, el moderado, el que ha ganado cuatro elecciones por mayoría absoluta, el que tiene la capacidad de llevar al líder del PP a La Moncloa, el que puede hacerle recuperar a Rajoy posiciones a lo Fernando Alonso, el Mesías, el talismán del centro-derecha en España... Públicamente se conforma con pedir que Rajoy le lleve en su lista, pero en la medida en que subraya que es por su bien, que su presencia y sólo su presencia será la llave de la victoria, es obvio que hay otro mensaje subliminal que toda España está captando: ¡Qué suerte tiene este piernas de Mariano que va a poder encabezar una candidatura en la que figure el incomensurable Alberto!

Decía Gracián que «si bien toda actitud de superioridad es odiosa, la actitud de superioridad de un súbdito sobre su Príncipe no sólo es estúpida sino también fatal». Máxime cuando los atributos de los que se alardea han sido adquiridos
de forma ilícita, torticera o al menos perjudicial para los intereses de aquél a quien se proclama estar sirviendo. Lo que ahora pone a Gallardón en clamoroso fuera de juego no es su megalomanía, sino la «irritante» percepción generalizada en el PP -el certero adjetivo es de un hombre de Rajoy, el veterano secretario general del Grupo Popular Jorge Fernández- de que está muy claro de dónde saca pa tanto como destaca.

¿Qué ha convertido al que fuera secretario general de la
cavernaria Alianza Popular de Fraga en más «centrista» y «moderado» que dirigentes que llevan defendiendo los mismos valores desde los tiempos de su militancia en la UCD o el Partido Liberal? ¿Acaso han surgido entre ellos discrepancias ideológicas o programáticas que coloquen a Gallardón más a la izquierda respecto a cuestiones políticas y económicas fundamentales o ha ocurrido, más bien, que Gallardón se ha plegado una y otra vez a las conveniencias tácticas y estratégicas del PSOE y su prensa adicta, desmarcándose de sus compañeros en asuntos como la exigencia de que se investigue el 11-M o las relaciones con el grupo Prisa después de que su presidente tachara de «guerra civilista» a la actual cúpula del PP, por no rememorar los tiempos en los que se ponía de perfil sobre la corrupción felipista o los GAL?

El
impostado progresismo de Gallardón no es sino el rédito de su insolidaridad con algunas de las decisiones adoptadas por las direcciones del partido y del grupo parlamentario con Rajoy a la cabeza. Son los adversarios políticos y periodísticos del PP quienes le han dado esas credenciales a cambio de los goles en propia puerta que el hoy alcalde lleva años marcando para ellos. Su juego consiste en congraciarse con el contrincante, asistiendo impávido desde la banda -o incluso aplaudiendo sotto voce- a cada momento en que le parten la pierna a un compañero de partido.

Con quien él busca el cuerpo a cuerpo no es con la izquierda, sino con aquella parte de la derecha democrática que mantiene posiciones más rotundas y vehementes en la defensa sin complejos de los valores que movilizan al electorado del PP. Por eso se lleva a partir un piñón con los medios que masacran a los demás dirigentes populares y se empecina, en cambio, en
sentar en el banquillo a Jiménez Losantos por haber expresado una opinión, todo lo severa, implacable e incluso injusta que se quiera, pero una opinión al fin y al cabo. ¿«Centrista», «moderado» quien reacciona con tal intolerancia frente a quien le critica? ¿O es que la única libertad de expresión que hay que proteger es la de aquellos que, incluso a la hora del insulto, la diatriba y la calumnia cumplen los requisitos canónicos sobre a quién es políticamente correcto linchar?

Otros dirigentes nacionales del PP como Zaplana o, más recientemente Esperanza Aguirre, también saben lo que son las mayorías absolutas. El propio Rajoy fue el director de la campaña de las generales de 2000 cuando el PP pulverizó todos los récords de la historia del centro-derecha en España. La diferencia estriba en que los mismos medios que lanzan voraces ofensivas cada vez que descubren que el primo del cuñado de un amigo de Zaplana firmó un contrato con Terra Mítica o que el yerno de la vecina de un tío tercero de Esperanza Aguirre obtuvo una recalificación de terrenos, jamás hacen ni siquiera la menor insinuación sobre las estrechas
relaciones de Gallardón con Fernández Tapias y otros empresarios de su clan que perpetran suculentos negocios en Madrid. La diferencia estriba en que los mismos medios que llevan breando a palos al propio líder del PP durante toda la legislatura mantienen al alcalde entre algodones y le practican cuando llega el caso auténticas felaciones radiofónicas.

¿Se imaginan la que se habría organizado -por poner un ejemplo doblemente inverosímil- si el acusado de
favorecer a una amiga con decisiones urbanísticas hubiera sido Angel Acebes? Primero le habrían fusilado al amanecer y después habrían preguntado a su cadáver si las acusaciones eran ciertas.

Por eso lo que ahora está en juego es saber si el PSOE y la prensa gubernamental van a tener más influencia en la composición de la lista de Rajoy que los órganos competentes del partido y las personas que se han ido dejando la piel a tiras al ejercer como vanguardia de su labor de oposición. Por eso, si Rajoy tuviera la tentación de transigir ante la dinámica de hechos consumados que trata de crear Gallardón para adquirir una posición ventajista de cara a una eventual sucesión, su obligación moral sería convocar un Congreso del PP y explicar a las bases por qué lo electoralmente conveniente puede terminar implicando que se recompense el
egoísmo insolidario y se castigue el desgaste generoso.

Los próximos días nos dirán si en Rajoy prima el sentido de la autoestima imprescindible para cualquier tipo de reinado o esa crónica obsesión por eludir cualquier conflicto que, a la larga, termina siempre alumbrando los mayores dramas.

2 Comments:

At 21:50, Anonymous Anónimo said...

¿Qué opina el Sr. Gallardón sobre el desguazamieno y desmembración del Archivo de Salamanca?

 
At 03:09, Blogger José Augusto Domínguez said...

Nada

 

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