27 julio 2009

Hacia el infinito y más allá

¿Dónde está el límite en las grandes carreras por etapas, Vuelta, Giro, Tour, de Alberto Contador Velasco, el chico de Pinto que si no fuera por la permanente sospecha que envuelve al ciclismo estaría situado para la opinión pública en el mismo pedestal en el que se encuentran Nadal, Gasol, Alonso o Iniesta, los rostros más visibles, la flor y nata, del apoteósico momento que vive el deporte español?



Su compromiso por devolver la credibilidad al ciclismo, esa rabia con la que compite, nos permiten aventurar que su techo es ahora mismo desconocido. Contador, el verbo hecho carne, según lo ha descrito el célebre especialista del periódico del régimen, no corre para ganar sino para redimir a su deporte. El espectáculo que ofrece no es un medio sino un fin en sí mismo. No compite contra rivales, a años luz todos ellos, tal es la superioridad que muestra en la montaña y en la contrarreloj, tal es su cabeza privilegiada que le permite sobrevivir a los ambientes más hostiles y a todo tipo de insidias sin apenas alterarse, sino contra operaciones puerto, ceras, amas, pasaportes biológicos, gendarmes, conis y demás paisaje de mentiras y complicidades que han alejado al ciclismo de los aficionados.

En su segundo Tour tras el de 2007 (el año pasado no participó por el veto al Astana), labrado golpe a golpe, segundo puesto en el prólogo de Montecarlo tras el insuperable Cancellara; ataque de un kilómetro y medio en Arcalís; triunfo en Verbier con un demarraje de escalador puro, a lo Bahamontes; y maravilla epatante alrededor del lago de Annecy, Contador será recordado más allá de todo eso por ser el hombre que acabó con el mito de Lance Armstrong, el imbatido campeón que regresó para morir, para humanizarse, para ser por fin querido, apreciado... en la derrota.

Sí, pero si no llega a ser por Contador, ni muerte, ni humanización, ni nada, porque el increíble americano, tres años retirado, una clavícula rota hace unos meses, 38 años, ha subido al tercer cajón del podio en una gesta que el paso de los años magnificará justamente. Tan impresionante en la carretera como trapacero, al alimón con su disimulado director Johan Bruyneel, y maleducado fuera de ella, Armstrong es, sin discusión alguna, el mejor corredor de la historia del Tour de Francia. Hasta que Contador lo remedie, claro.

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