28 julio 2010

El Tour atípico de Contador


El tercer, pero si la lógica no falla no último, Tour de Contador se puede resumir en dos momentos: su ataque fallido a Andy Schleck en el Tourmalet y su sufrimiento en la contrarreloj final. Pero Contador es tan bueno, un talento brutal sobre la bicicleta, que a pesar de no encontrarse por diversos motivos (excesivo desgaste en carreras previas a la ronda gala, agotamiento psicológico, problemas estomacales en los últimos días) en plenitud física se acabó imponiendo. Ganó casi por obligación, por inercia, tal es la parálisis, el respeto que provoca en sus rivales.

No ha sido un súper Contador, más bien todo lo contrario, alejado del espectáculo del que siempre hace bandera; ni siquiera ha ganado una etapa y no ha dejado, salvo en Mende, ningún demarraje memorable; tampoco ha estado bien en las contrarrelojes. Pero ha sacado a relucir otra de sus cualidades, su inteligencia, su conocimiento del oficio. Economizar al máximo los esfuerzos para triunfar cuando las piernas no están tan bien como uno pensaba, realizar declaraciones a la prensa confiando sobradamente en tus posibilidades para dar una impresión de fortaleza que nada tenía que ver con la realidad, y de ese modo atemorizar a los adversarios.

Si Andy Schleck es el único enemigo de Contador para los próximos años, el reinado del chico de Pinto no tendrá fin. Que no nos ciegue la clase y la carita de niño bueno del luxemburgués. En circunstancias normales, Contador es mejor que Schleck de aquí a Lima. Ni en montaña ni en contrarreloj ni en visión de carrera hay comparación posible entre uno y otro.

Lástima el desprestigio que padece el ciclismo de un tiempo para acá. Si no fuera por eso la figura de Alberto Contador Velasco debería ser colocada al nivel de los Nadal, Gasol o Alonso, por referirnos únicamente a deportes individuales. A Contador, un mal Tour le da para ganarlo. El futuro le pertence, la historia le espera.

13 julio 2010

La coronación del fútbol virtuoso


Cuando Andrés Iniesta Luján enganchó el balón con su pierna derecha y batió al portero neerlandés de tiro cruzado marcó algo más que un gol que valía un Mundial. Ese exitoso disparo supuso la culminación insuperable de un estilo, de una manera de entender el fútbol por parte de la selección española de Vicente del Bosque.

La acción postrera de Iniesta coronó a España, no ya con el cetro más preciado en el fútbol, un Mundial, sino con un hueco para siempre en el corazón de los aficionados, con un lugar en la memoria de cualquier seguidor del deporte rey.

España, alrededor de Xavi y del propio Iniesta, a su vez secundados por otros jugadores de primerísima fila, ha llevado la técnica futbolística a cotas pocas veces vistas. No resulta exagerado comparar a esta selección con el Brasil del 70 y del 82 o con la Naranja Mecánica del 74 y del 78, los grandes monumentos que hasta ahora se reconocían en el fútbol.

A partir del virtuosismo individual de sus centrocampistas puesto siempre al servicio del colectivo, España ha logrado la sencillez absoluta, que es lo más difícil de conseguir en el fútbol. Desde la voluntad irrenunciable de tener el balón y de jugar en el campo del rival, Xavi, Iniesta, Busquets, Cesc, Xabi Alonso o Piqué ofrecen un festival de rápidas combinaciones a uno o dos toques, paredes, apoyos, triangulaciones, controles orientados, giros sobre sí mismos para zafarse de un rival, taconazos para romper líneas enemigas, no ornamentales, cambios de orientación o últimos pases indescifrable hasta para el más pintado de los planteamientos defensivos.

Se ha impuesto, como ocurrió en la Eurocopa hace dos años, como ocurre más que frecuentemente con el Barça, de cuya ideología futbolística se alimenta esta selección, el equipo con los jugadores más técnicos y con más sentido coral del fútbol. Se ha impuesto un modelo inimitable, ninguna selección juega ni pretende jugar como España, que ya ha entrado en la Historia.

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