Un astro en la noche de Singapur
Más de un año después, Fernando Alonso volvió a ser el primero en ver ondear la bandera a cuadros. El ovetense no se subía a lo más alto del podio desde el Gran Premio de Italia de 2007. Su reencuentro con la victoria fue monumental. Parecía que el destino, que tan mal le había tratado a lo largo de la temporada, le estuviera reservando un triunfo así, de esos que sólo están al alcance de los mejores pilotos de siempre.
Alonso salía desde la decimoquinta posición. En seguida superó a los Red Bull y a Button. Más tarde a Trulli. Y decían que en el circuito de Singapur era imposible adelantar. No para Alonso. Luego, gracias a una oportunísima salida del coche de seguridad cuando su R28 era el único monoplaza que había repostado, se colocó en quinto lugar. Y en la vuelta 34ª ya comandaba la carrera. En prácticamente cualquier otro circuito hubiera sido una utopía mantener el liderato con un coche como el suyo, pero el de Singapur, sinuoso y bacheado, premiaba la calidad de conducción muy por encima de la potencia de los bólidos. En eso, en pilotar, Alonso no tiene rival. Se acercaba a los muros, arriesgaba en las curvas. Vuelta a vuelta el milagro parecía posible...
Y Alonso consiguió levantar los brazos nuevamente. Gritó y se golpeó el pecho. Sólo le faltó decir: "Yo soy el más grande".