Se acaba de publicar un ensayo,
Por qué dejé de ser de izquierdas, en el que doce intelectuales explican los motivos por los que abandonaron la izquierda. Ciudadela, la editorial del libro, ha creado un espacio en su
web en el que todo aquél que lo desee puede contar su propia experiencia al respecto. Ahí va la mía.
Entre mis numerosos pecados se encuentra haber sido de izquierdas. Mi padre ha sido, y lo sigue siendo, un socialista de estricta observancia. Con esto quiero decir que es un votante del
PSOE de los fijos, de los que jamás se plantean nada el día de reflexión. Y un afiliado a la
UGT. No sé si su socialismo va más allá. En cualquier caso nunca le he escuchado condenar la dictadura de
Fidel Castro o los crímenes de la
URSS. Pero seguro que ese tipo de regímenes le repugnan. Siempre ha presumido de ser un demócrata de toda la vida.
Con apenas cinco años de edad ya me llevó al entierro de Enrique Tierno
Galván. Y con eso de que los niños hacen lo que ven en casa, mis primeras imágenes políticas los asocio a la simpatía que me producía
Felipe González cuando lo veía en la televisión. Era uno de los nuestros. Recuerdo que para los debates entre
Aznar y él previos a las elecciones de 1993, que vi con mis padres y mis hermanos mientras cenábamos, elaboré una pequeña pancarta en apoyo del
PSOE y contra el líder del
PP. Un año antes de aquello, con motivo de la huelga general, fui con mi padre a la manifestación que montaron los sindicatos. Todos esos episodios, y muchos más que ya he olvidado, se aderezaban con las canciones de Víctor Manuel,
Serrat y
tutti cuanti, que, a fuerza de repetidas, me acabaron entusiasmando.
Pero poco a poco me fui desenganchando. Creo que fui de izquierdas hasta los doce o trece años. Desde muy pequeño pasaba la noche de los viernes en casa de mis abuelos paternos. Mi abuelo es un militar que
participó en la guerra civil en el bando nacional. Por tanto, conoció de primera mano como se las gastaba el otro bando, el del Frente Popular. El relato que me hacía del funcionamiento de las checas es uno de los recuerdos más escalofriantes de mi niñez. Y mi abuela permaneció en Madrid durante toda la guerra, con lo que padeció el régimen de terror que implantó el Frente Popular. La cantidad de desmanes y crímenes que me ha contado de ese periodo desbordan el objeto de esta reflexión.
De las conversaciones con mis abuelos aprendí que el comunismo es un horror. Y por eso yo nunca he sido comunista. Pero la razón por la que empecé a dejar de ser de izquierdas, la razón por la que comencé a alejarme de los postulados que en mi casa se daban por obvios, hay que buscarla en los nacionalismos.
Yo podía ser de izquierdas, considerar que la izquierda se preocupa por los más desfavorecidos y que busca el progreso, creer que la cultura es algo que pertenece a la izquierda y que por ser de izquierdas uno es mejor persona. Pero lo que no entendía era que los nacionalistas vascos y catalanes, que pretendían la independencia de unas partes de España que yo consideraba propias, recibieran siempre la comprensión de la izquierda. No entendía que las personas de izquierdas se sintieran más a gusto con una
ikurriña o con una
senyera que con una bandera de España, que en la mayoría de los casos despreciaban abiertamente.
Por ese odio a España que la izquierda, sin apenas excepciones, exudaba, dejé la ideología que casi desde la cuna se me había inculcado. Fue un proceso natural, nada traumático. Con el paso de los años me hice liberal, que es la doctrina política que más perturba a la izquierda. Pero antes de eso me fui dando cuenta de que todo en los izquierdistas es impostura, que defienden para los demás lo que no quieren para ellos (la escuela o la sanidad pública son sólo dos ejemplos), que se les llena la boca de democracia mientras apoyan todo tipo de dictaduras, que presumen de mentalidad abierta a la vez que se comportan de manera despótica con las personas que les rodean...
A estas alturas de mi vida no tengo muchas razones por las que sentirme orgulloso. Pero una de ellas, y sin duda de las más importantes, es haber dejado de ser de izquierdas.